sábado, 5 de diciembre de 2009

Recuerdo


Recuerdo perder por completo la consciencia. Olvidarme de quién soy y de lo que siento.
Beber, beber y seguir bebiendo hasta perder totalmente los escrúpulos y la vergüenza. Beber y después no recordar absolutamente nada. Beber y amanecer en mi casa sin saber como llegué. Desperté en cualquier sitio y deseé en ese mismo instante no haberme despertado.

En una ocasión, abrí los ojos con gran esfuerzo y me vi tumbada en un banco en mitad de la Avenida Meridiana. Algo me cubría del frío de la madrugada. Era una chaqueta vieja que no reconocía.
Mierda!, una imagen vino a mi cabeza. Iba en un taxi con una compañera de trabajo, me sentía indispuesta, estaba mareadísima, todo me daba vueltas y empecé a vomitar. Recuerdo al taxista que parecía muy enfadado y por lo visto la chica que iba conmigo no estaba mucho por la labor de cuidar de mi. Me hicieron bajar del taxi, como no podía mantenerme erguida, mi "compi" me ayudó a sentarme en un banquito de la calle, me dijo no se el que, y se fue con el taxista.
Vergüenza. Joder!, de pronto sentí como la vergüenza me invadía por completo y empecé a temblar. Tenía miedo.
A día de hoy me doy cuenta de lo unidos que están el miedo y la vergüenza, y lo mucho que tienen el uno del otro. Me sentí mal, realmente mal. Me odié a mi misma, una vez más.

Seguí en el banco un rato más, dándole vueltas a una noche que de por si no recordaba en absoluto. A día de hoy, cuando pienso en ella continúa siendo un interrogante en letras mayúsculas, pero he de reconocer que como esa ha habido muchas más.
Recuerdo que salimos a cenar, y se que desperté en un banco sola y abrigada por una chaqueta que algún desconocido dejó caer sobre mi, no sin antes vaciarme el monedero y quitarme el móvil.
Pero nada más. De la cena al final del trayecto con el taxista, no hay nada en mi memoria.
Si recuerdo la peregrinación hasta mi casa.
¿Recuerdo?n o muy claramente, que al malestar del abandono y del robo, se sumó el largo recorrido que hice andando para llegar a casa con tan tremenda resaca. Recuerdo no ser capaz de levantar la mirada del suelo. Y recuerdo también la intranquilidad que sentía cada vez que me cruzaba con alguien
Recorrido largo, pesado, eterno. Con lágrimas de impotencia pero sobretodo con lágrimas de vergüenza (estas no podían faltar).
Después me desperté por segunda vez. En esta ocasión en casa. Abrí los ojos. Los cerré de nuevo. Quería olvidar lo poco que recordaba.
Quería zambullirme bajo la tierra. Hubiera llegado hasta sus mismas entrañas si hubiese sido posible. Lo deseé. Deseé desaparecer con todas mis fuerzas (esconderme bajo las sábanas no funcionó).
Era domingo. Quise rehacer el puzzle que habitaba en mi cabeza, pero me faltaban gran parte de las piezas.
Si no recordaba nada, entonces lo olvidaría todo. No pude. (Nunca lo conseguí).

Quería morirme, una vez más.
Muchas preguntas, pocas respuestas.
¿En qué momento perdí el conocimiento? ¿Por qué no podía recordar nada? ¿Por qué quería olvidarlo todo? Lloré. Lloré a rabiar. Lloré por lo que hice. Lloré por algo que no recordaba. Sentía dolor pero no era suficiente. Nunca sería suficiente.

Foto de Isaac Barragan